El dedo dictatorial

Hace poco más de un año que un milimétrico dedo índice dirige mi vida. Es físicamente débil y su coordinación motriz deja mucho que desear, pero sería yo una pobre ilusa si me dejara engañar por su aspecto físico. No, qué va. Si he visto suficientes imágenes de Napoleón, de Franco, de Mussolini… De toda esa sarta de chaparros debiluchos que tiranizó al mundo. Por eso mejor me callo y acato órdenes. Allá donde apunta el dedo, allá voy. Pobre de mí si ignoro sus mandatos. Pobres de los vecinos y de la paz que gozaba la mascota familiar cuando todavía éramos tres y ella era la reina. Se acabó. Basta una minúscula desobediencia para que el dedo lance al aire un grito descomunal, o peor: una mordida. Ni siquiera la mascota–programada biológicamente para defenderse con los colmillos- es capaz de semejante acto de violencia.

El dedo viene programado con efectos de sonido: una voz dulce, femenina, adorable, y con una carga de autoritarismo que dejaría mal parado al general brigadier que ordenó el fusilamiento de Pancho Villa. “Allá”, dice el dedo. “Allá” significa llévame, dame, enséñame, léeme, entretenme, toma ese muñeco y monta una obra de teatro para mí solita. Toma este peluche. Introduce otro personaje. Y otro. Hazlos bailar. Y platicar. Olvídalo. Tu acento de cubana no es convincente. “¿Allá?” “¿Allá?” significa ¿qué es eso?, ¿cómo se llama?, ¿para qué sirve?, ¿me lo das? Dame ahora tu cámara fotográfica que quiero comprobar la ley de la gravedad en este piso de madera. Porque al dedo dictatorial le apasionan las leyes de la física. Y mientras Aquel Señor prepara la solicitud de admisión del dedo a algún centro de estudios de ciencia, yo protejo la seguridad familiar de las posibles consecuencias de sus experimentos científicos. Experimentos como la inmersión de un muñeco de tela en el escusado. ¿Cómo explicarle a los abuelos que el elefantito que con tanto cariño le escogieron al dedo apareció flotando boca abajo en aguas de cañería? Presa de su pensamiento científico, Aquel Señor interpreta el ahogamiento del elefante como la comprobación del empuje hidrostático de Arquímedes (¡nuestro dedo es un pequeño genio!). Pobre iluso. Para mí que es una táctica de intimidación. ¿Qué no sabe que la fuerza de una dictadura radica en el terror que el Estado infunde en sus súbditos? El “experimento” del dedo es una advertencia: hoy es un objeto inanimado; mañana es la mascota familiar.

Hace poco más de un año éramos una familia de tres: Aquel Señor, la mascota y yo. Vivíamos en tranquilidad. Gozábamos de libertades y derechos constitucionales. No conocíamos de violencia ni amenazas. Hoy somos tres súbditos viviendo bajo la sombra de un dedo. Yo que pensé que al salir del seno de la dictadura materna en la que nací y crecí al fin alcanzaría la autonomía. (Risas grabadas). Sí la alcancé y me duró un suspiro. Que el universo nos ampare.

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