Querido blog…

Naciste de la desesperación, de la búsqueda de un remedio para superar la tristeza provocada por mi exilio semi voluntario. Más semi que voluntario por aquello de que, por órdenes del gobierno de Obama, no podría yo salir de mi país de residencia por los siguientes tres o cuatro o cinco meses, o qué se yo cuántos -ya perdí la cuenta. Cosas de rutina: un análisis exhaustivo de mi inexistente récord criminal y una larga fila de aspirantes a la residencia permanente en el país de las hamburguesas. Culpo a Bin Laden, y a los soviéticos, y a los supervillanos de la saga de James Bond por tratar de destruir la cuna del capitalismo y convertir mi proceso migratorio en una odisea de proporciones dantescas. Porque de no ser por eso, mi Green Card, esa tarjetita que te da acceso a la fila rápida de migración en los aeropuertos, hubiera estado lista en tres a cinco días libres y no en tres a cinco meses libres.

En mi encierro, le rogué pedí a la abogada encargada de mi caso que me ayudara a salir del país. Pero yo creo que esa mujer es un robot sin sentimientos pues no consideró que “tristeza profunda” fuera motivo suficiente para pedir una excepción al gobierno. En un acto puramente latino, invité a mi mamá a quedarse conmigo hasta el final de los tiempos, en mi cama, en el espacio que –por motivos laborales- Aquel Señor* había dejado temporalmente vacío. Pero mi mamá no es ninguna desocupada, y después de dos felices semanas me abandonó. Fue entonces cuando enloquecí: me obsesioné con un queso, le escribí una carta a un objeto inanimado, y abrí este blog con la esperanza de convertir mi desolación en creatividad. Pero nada es permanente, y la tristeza que me invadía se vio opacada por la inesperada aparición de mi Green Card y la esperadísima llegada de la nueva mascota familiar.

A ti, blog, te puse en una canastita bien arropadito y te dejé en un escalón. Te abandoné, pues. A ti y a mis dos lectores**. Perdóname.

Muchas aguas han pasado bajo mis puentes desde el momento de tu creación. Decía Gertrude Stein que Estados Unidos era su país y París era su hogar. Yo encontré mi lugar en Nueva York. Iba por dos años, o tres, como mucho. Me quedé seis. Y me hubiera quedado para siempre. O hasta que la isla quedara sumergida en el agua de los polos descongelados y yo me hundiera con ella como el capitán del Titanic murió aferrado al timón de su crucero.

Hoy reclamo mis derechos de maternidad desde el país que me vio nacer. Espero que no me hayas olvidado y me vuelvas a llamar “mamá”. Yo, por mi parte, prometo mantener intacta tu esencia: los cuentos del exilio que iba a relatar desde Nueva York, ahora los escribiré desde México. O desde donde me encuentre. Porque soy una desubicada. Y los desubicados vivimos en un exilio perene.

 

*Aquel Señor: Aquel que comparte mi cama, mi chequera, y, sólo en casos de emergencia, mi cepillo de dientes.

**Mis dos lectores: Catón tiene cuatro. Yo también tengo cuatro -mis papás, Aquel Señor, y mi terapeuta-, sólo que nunca me leen al mismo tiempo, así que en realidad son dos, y ni siquiera tengo la certeza de que siempre me lean.

6 comentarios en “Querido blog…

  1. Gracias Olga querida por compartir con tus dos, tres, o cuatro lectores, probablemente yo sea el quinto, porque independientemente de que conozco tu historia personal y te adoro por miles de razones, me fascina como relatas tus vivencias y además las disfruto.

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