Creo que tengo con la escritura la misma relación que tienen con Dios los ateos que están por morir y empiezan a rezar. Sabemos que no sirve para nada, pero lo hacemos, por si acaso termina sirviendo para algo.
Tamara Tenembaum, Todas nuestras maldiciones de cumplieron
Ayer escuché una historia sobre poetas japoneses que escriben haikus, los ponen adentro de una botella, y los avientan al río.
Hace tiempo que tengo ganas de volver a subir mis textos a este espacio. Innumerables veces me he preguntado si vale la pena tener un blog en el año 2023. Parece que lo de hoy son los newsletters (boletines informativos, según el traductor) o alguna otra cosa que incluya una coreografía. Pero a mí siempre me ha gustado lo retro. O quizás ya me estoy haciendo grande. Y ahora vivo en una isla y tengo ganas de aventar botellitas al mar.
Mi isla es el Reino Unido. Islas, en plural. Mi familia y yo queríamos una aventura y se nos ocurrió Londres porque tiene un clima envidiable y porque podemos comer papas todos los días como si fuera la Segunda Guerra Mundial.
A veces la gente me pregunta cómo estoy y cómo me va en mi nueva vida, pero no sé si lo hacen por convivir o porque realmente quieren que platique a detalle en cuántos intentos pasé el examen práctico de manejo, o qué porcentaje de mi ropa es a prueba de agua. Así que en lugar de aburrir a esas personas por mensajitos de texto las aburriré por aquí. Y de paso usaré esta plataforma como herramienta de experimentación con la pluma. El resto de las redes sociales me tiene un poco harta.
Más que atea, me considero una agnóstica de este oficio.
Esto no es un poema.
Fuuum. Avienta la botella al Támesis.