Fotografías que no quiero enseñar a nadie

15 de mayo de 2021.  Mi papá me manda una foto de Poppea muerta.  Poppea era nuestra perra.  Murió una mañana en Valle de Bravo, acostada en su sillón favorito.  Yo no estuve con ella.

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Uno de los usos más comunes de la fotografía moderna después de su nacimiento en 1839 era una foto profesional de un miembro muerto de la familia.  Esta práctica es conocida como fotografía post-mortem, retrato conmemorativo o retrato de luto.

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Yo no quiero conmemorar a mi perra con una imagen de ella sin vida.  No he vuelto a abrir el archivo desde aquel día.  Sin embargo, no logro quitarme la imagen de la cabeza.  Poppea despeinada y con los ojos a medio cerrar.  Su madre sentada a su lado.

Mentira.  Claro que he vuelto a ver la foto.  Muchas veces.  No sé por qué lo hago, pero sospecho masoquismo.

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Cuando los ángeles están a punto de morir, escribe Yukio Mishima en La corrupción de un ángel, pierden autoconsciencia y dejan de brillar.  Dice mi papá que Poppea se fue apagando poco a poco.  Salió a caminar al jardín donde está enterrado su hermano Claudio -muerto al nacer- y luego entró a la casa.  Me pregunto si presentía su final; si esperó a mi hermano a quien no veía hace algunos meses; si sufrió.  Hace tiempo que tomaba medicamentos para controlar las convulsiones.  Nunca supimos la razón de estas, y mucho menos imaginamos que se iría tan pronto.  La enterraron en el jardín.  Mi papá me mandó una foto de la tumba cubierta de buganvilias.

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¿Qué tan diferente es retratar un nacimiento de retratar una muerte? 

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Tengo una fotografía de mi abuela materna muerta en su cama.  Junto a ella estamos mi hija de dos meses y yo.  Mi mamá fue la fotógrafa.  No sé por qué, pero me gusta verla.  Quizás porque me recuerda a los días que pasé a su lado mientras la gente entraba y salía de su casa para despedirse.  La bebé tomaba sus siestas en la misma cama que su bisabuela mientras el resto de la familia departía y fumaba en la terraza. 

Una acababa de llegar al mundo; la otra estaba por irse.

En un instante de lucidez, mi abuela vio a la bebé y dijo:

Es mía, ¿verdad?

Mi hija no recuerda a su bisabuela, pero esos días la marcaron porque hoy dice extrañarla. 

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Somos las historias que cuentan de nosotros.

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Han pasado casi siete años desde la última vez que mi abuela me reconoció: hacía tiempo que había olvidado quién era quién, a pesar de que lo escondía muy bien.  Una mañana salió de la regadera.  Yo me acosté junto a ella: olía a fresco, tenía el pelo mojado.  Puse mi cara frente a la suya.

Tú eres mía, me dijo.

Esa tarde murió.

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Acompañar en la muerte también es un privilegio.

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Hay una foto que nunca he visto pero que estoy segura de que existe en algún lugar.  En ella estamos mis tíos, mis papás, mi hermano, y yo cargando una cajita con las cenizas de mi tío Kiko.  El crematorio acaba de entregárnoslo.  ¿Y ahora qué?  No hay manual que diga qué hacer con un muerto recién empaquetado.  Una foto grupal, sugiere el tío Oscar.  Una foto con el tío Kiko que murió prematuramente.  ¿Nos estamos riendo?  Nos estamos riendo. 

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El duelo también provoca risa nerviosa.

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Junio de 2021.  Vamos camino a Valle de Bravo.  Llevamos flores para Poppea.  Un perro se atraviesa en la carretera y chocamos con él.  Muere al instante, o eso queremos creer.  Pocas cosas menos divertidas que tener que explicar a tus mijitas que acabas de matar a un animal. Quisiera escribir que fuimos a recogerlo, que cargamos su cuerpo sin vida y lo pusimos a un lado de la carretera, que le dedicamos unas palabras y le regalamos las flores de Poppea.  Pero nada de eso sucede: nos quedamos como tontos esperando mientras los de Auxilio Vial se encargan de todo.

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En Estados Unidos mueren cerca de 1.2 millones de perros atropellados al año.  En España son diez millones.  No he encontrado una estimación sobre México.  Imagino que la cifra es altísima, dado que tenemos el primer lugar mundial en población callejera de perros.  Lo que sí encuentro son fotos de perros tratando de ayudar a otros perros o gatos que han sido atropellados.

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La noche que atropellamos al perro veníamos escuchando una lista de Spotify de música para calmar perros.  Fue una mala coincidencia: probábamos su eficacia con nuestra mascota Cordelia.  En realidad, sonaba a música de elevador.  Dice mi amigo Emilio que gracias a eso el perro muerto se fue en calma al cielo de los perros.  Me gusta pensar que tiene razón.

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El humor negro es mi mecanismo de defensa favorito.

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Recuerdo que cuando yo era niña, mi papá no entendía a las personas que dejaban entrar a los perros a su casa.  Los perros al jardín, les decía a las mascotas ajenas.  En 2001 llegó a nuestras vidas un Yorkie que llamamos Adriano.  Mi papá se enojó.  Otro perro, no…  Una noche fuimos al cine mi mamá, mi hermano, y yo.  Estábamos nerviosos porque habíamos dejado a Adriano solo en su camita en la cocina.  A nuestro regreso, nos encontramos a mi papá dormido frente a la tele: el cachorro acurrucado junto a él.

Ese día comenzó una historia de amor.

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2009.  Dicen que las perras escogen dónde parir, y que las más consentidas lo hacen en la recámara de sus amos.  Sabine, otra Yorkie que llegó a nuestra familia unos años después que Adriano, decidió que la cama de mis papás era el lugar perfecto para dar a luz.  El primer cachorro nació y murió ahogado en su bolsita.  El veterinario nos dijo que a veces las perras primerizas no saben que tienen que romper la bolsa (que seguro tiene un nombre más técnico) y sacar a la cría.  Le dimos un nombre y lo enterramos en el jardín.  Claudio.

Cuando estaba por nacer la segunda cría ya estaba yo preparada para ayudarla.  Gracias, Internet. Gracias, instrucciones telefónicas del veterinario (todavía no existían las videollamadas).  Gracias, Hollywood y sus escenas de partos.  Recibí a la perrita de Sabine y rompí la bolsa con mis manos.  Le pusimos Poppea.

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7 de noviembre de 2021. Recibo un mensaje de mi papá:

¡Llámame! Hace un rato se fue Sabine. Salió al jardín, regresó y se acostó; murió en paz y tranquila.

Tenía 16 años.  Pusieron sus cenizas en una cajita que después acomodamos en el librero junto a la urna de Adriano. 

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30 de enero de 2022.  La casa de Valle se rentó.  Antes de entregarla a sus nuevos inquilinos, llevamos las cenizas de Adriano y Sabine para enterrarlas en el jardín. AquelSeñor, las mijitas y yo en vivo.  Hicimos una pequeña ceremonia virtual con mis papás y mi hermano.  Las mijitas enterraron rosas blancas sobre las tumbas mientras el resto de la familia les dedicamos palabras a los cuatro perritos.  Fue la última vez que toda la familia convivió.

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Los muertos tienen el superpoder de unir a los que se quedan.  A veces la magia se esfuma en cuanto termina la ceremonia del difunto.  Otras veces dura semanas o meses, como sucedió con mi familia extendida después de la muerte de mi abuela materna. Quisiera invocarla, pero temo que esas uniones sean solo un espejismo.

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Quizás todas las familias están destinadas a romperse.

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