Ideas inconexas sobre la nada

A veces me siento a escribir y no escribo. No es falta de inspiración. La inspiración no existe; existen los pretextos. El alcohol ayuda, pero entonces mi hígado reclamaría, por no mencionar a mis parientes y a los padres de familia del kínder… ¿Qué diría el hígado de Hemingway si hablara? Probablemente estaría imposibilitado y al borde del estupor y la coma. ¿Y el hígado de Capote? Ha de haber sido simpatiquísimo. Pero entre la copa y la coca, quién sabe si harían sentido sus palabras.

A veces me siento a garabatear y termino pintando monitos. Entonces me pregunto por qué escribo. O para qué. Tecleo cosas sin sentido. Luego veo el botón de publicar y me duele el estómago. Pienso en mis dos lectores y los imagino desnudos, a ver si así se me quita la pena. Luego recuerdo que mis dos lectores son mis papás y se me sube el estómago a la garganta y me digo a mí misma que mis padres nunca se quitan la ropa ni para bañarse y que yo nací por generación espontánea.

Quería escribir sobre Nueva York, sobre el colchón inflable que nos acompañó a Aquel Señor y a mí en la última noche que pasamos allá, sobre la banca del parque donde nunca grabamos nuestros nombres, sobre todos los amigos que se fueron y despedimos uno por uno en karaokes coreanos hasta que nos tocó irnos a nosotros, sobre el día en que Cate me nombró ciudadana honoraria de Nueva York, sobre Cate, sobre las galletas que Jessica y yo comimos encima del colchón, sobre la tarde que Luca y Clara fueron a cocinarme una pasta al ragú porque estaba yo muy triste y así se quitan las penas los italianos. No sé si estoy lista para escribir sobre Nueva York. Pero tengo miedo de olvidar.

Quería escribir sobre el silencio, sobre el encanto de bucear, sobre el espacio, sobre las noches que pasé sumergida en la alberca imaginando cómo se sentiría el dedo dictatorial adentro de mi panza, sobre la posibilidad de vivir en una casa arriba del mar para poder saltar al agua cada que un parlanchín me aturda (gritaría “¡un delfín!” y daría por terminada la conversación), sobre el placer que me causa ver dormir al dedo dictatorial con sus cachetes inflados y sus brazos a la altura de la cabeza como si estuviera tomando el sol en algún destino turístico, sobre la última canción que canté con Kiko y que ya no recuerdo.

Quería escribir sobre tantas cosas. Quizás este texto sea un índice. Quizás no. Ya veremos. Nos leemos la próxima semana.

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